Cayó al suelo una cosa exquisita, una cosa pequeña que podía destruir todos los equilibrios, derribando primero la línea de un pequeño dominó, y luego de un gran dominó, y luego de un gigantesco dominó, a lo largo de los años, a través del tiempo. La mente de Eckels giró sobre si misma. La mariposa no podía cambiar las cosas. Matar una mariposa no podía ser tan importante. ¿Podía? (El ruido de un trueno - Ray Bradbury)

La grabación

A las tres de la mañana despertó exaltado, asustado, empapado de sudor y con una idea. No era nueva, ya había cruzado por su cabeza un par de veces y siempre la había descartado. No era algo que debía hacer, no le parecía bien, ni siquiera se imaginaba compartiendo la idea con otros. Pero la curiosidad lo llamaba. Esa idea, tan prohibida, tan peligrosa, volvía a su mente con una insistencia que ya no podía desoír.

A esta altura no creía que la idea fuera suya. Alguien o algo debía haberla puesto en su mente. En otro tiempo, en otro lugar. No era un recuerdo o algo confuso, era una serie precisa de instrucciones que debía ejecutar.

La idea seguía ahí. Se encontró luchando contra ella, bebiendo un vaso de agua y pensó que solo debía dejarse llevar. Como algo que se apoderaba de él, como algo que tomaba posesión de su cuerpo, sólo debía dejarse llevar para ejecutar aquella idea que lo perseguía.

Dejó el vaso a medio tomar y decidió dejarse llevar.

Como si él mismo flotara en la habitación observando a alguien más, se encontró preparando un grabador y lo dispuso en su mesa de luz. Solo eso, pensó, algo tan simple podía generar en él tanto miedo, tanta anticipación. Lo dejó grabando y volvió a acostarse.

Eran las siete y media de la mañana cuando despertó. Sin sudor, tranquilo y sin recordar lo que había hecho hacía algunas horas. Dio media vuelta, todavía en la cama y vio el grabador.  Un escalofrío invadió su cuerpo.

¿Qué podría haber grabado? ¿Qué secretos de la noche podía ahora escuchar?

Se arrepintió de haberlo hecho. La curiosidad y el miedo se mezclaban. La ansiedad y su respiración se aceleró, de nuevo el sudor y el miedo. Casi toma el grabador, seguía grabando, pero no se atrevió a tocarlo. Lo dejó como estaba, se levantó y salió de la habitación.

Durante el día, en el trabajo, su mente seguía en su habitación. Al atardecer debía volver y enfrentar el grabador.

Llegó como de costumbre a las ocho de la noche. Casi sin pensarlo subió a la habitación. Tomó el grabador, ya se habría detenido muchas horas antes, pensó.

Al tomarlo lo sintió. Esa sensación de otro lugar y otro tiempo volvió a él.

No podía, simplemente, no podía escuchar lo que había grabado durante la noche. Guardó el grabador en el cajón de la mesa de luz.

Tres noches pasaron. A las tres de la mañana de la cuarta noche en que había dejado el grabador volvió a despertarse. Exaltado, algo desorientado, sólo un par de segundos pasaron antes de que fijara la mirada en el cajón de su mesa de luz. Sintió el llamado. Debía escuchar lo que había en él. Peleó y se arrepintió de haberse dejado llevar. Volvió a acostarse, pero ya no pudo dormir. En medio de la noche, con los ojos abiertos en medio de la oscuridad de su habitación, de espalda a la mesa de luz, vino a él la sensación de que desde otro tiempo y otro lugar, alguien quería decirle algo. Sintió que estaba perdiendo la razón y él mismo iba descartando las mismas ideas que venían a él. Me estoy volviendo loco, se dijo.

Ojalá fuese todo un sueño pensó y al minuto sonó el despertador. Eran las siete y media y debía ir al trabajo.

Tal vez esta noche podía escuchar la grabación.

Miró la mesa de luz y se dijo a sí mismo que esta noche escucharía esa grabación.

Salió de la habitación y fue a trabajar...

(CONTINÚA)