Cayó al suelo una cosa exquisita, una cosa pequeña que podía destruir todos los equilibrios, derribando primero la línea de un pequeño dominó, y luego de un gran dominó, y luego de un gigantesco dominó, a lo largo de los años, a través del tiempo. La mente de Eckels giró sobre si misma. La mariposa no podía cambiar las cosas. Matar una mariposa no podía ser tan importante. ¿Podía? (El ruido de un trueno - Ray Bradbury)

La lucha sin fin

El crepúsculo anticipa la llegada de la noche. La luna, pálida, casi desapercibida, espera agazapada el momento de convertirse en la soberana del firmamento. Secundada por su ejército de estrellas aguarda y el rojizo horizonte, por fin, le anuncia su victoria. Febo, en retirada ya nada puede hacer, las fuerzas lo han abandonado y su hora ha pasado. Con sus últimos gritos de luz reclama la dulce venganza que se le escapa. Resignado, solo le queda esperar.

Lenta e inevitablemente la oscuridad todo lo envuelve con un sutil abrazo de negra agonía. La noche ya está entre nosotros. Todo en derredor cobra vida y seres extraños vagan libremente, pues la oscuridad los ha convocado. Los árboles mecen sus cadavéricas manos sobre quien se atreva a transitar el vado, al compás de la brisa que susurra en una lengua extraña. Conversa con las cobrizas hojas que una a una caen sobre el camino. La bruma se eleva y envuelve al incauto transeúnte que nada puede hacer. Está a merced de la noche, que lo ha encontrado a mitad de camino. Sus emisarios lo vigilan de cerca y esperan pacientes su momento desde la oscuridad que los cobija.

El viajero acelera el paso, pero la densidad del añejo bosque no flaquea. La desesperanza invade sus pensamientos y le quita fuerza. Hacia uno y otro lado el camino se pierde en la espesura del bosque. La pequeña lumbre que lo acompaña no es rival para la oscuridad que los rodea y poco a poco se va consumiendo. Los pasos que creía escuchar son las secas hojas golpeándose unas a otras, movidas por la insensible brisa. Percibe que no está solo, más nada puede hacer, solo le queda seguir adelante.

Las horas pasan y la luna casi a completado su recorrido. De repente, el horizonte aclara y un sutil rayo de cálida luz se cuela entre la oscuridad, que hasta ese momento parecía invencible. A aquel rayo le sigue otro, y otro y de repente la noche huye, pues no encuentra refugio para su espesa sombra. Solo una estrella resiste la llegada del sol, pero no por mucho tiempo y también se retira derrotada. La luna ya nada puede hacer y con sus últimas fuerzas promete volver con un rostro nuevo.

Aquel incauto transeúnte respira tranquilo, pues su aliado ha retornado y, sin saberlo, ha sido testigo de una lucha interminable, que como muchas otras mantienen en equilibrio la trama de la vida.